Todos tenemos esos días en los que no sabemos a quién
tenemos cerca. Esos momentos en los que parece que lo único que te acompaña es
la soledad de encontrarse en casa sentado esperando que alguien se preocupe por
ti.
Esos instantes en los que por fin te das cuenta de la gente
con la que cuentas y las personas que no cuentan en tu vida.
Como todo el mundo, tengo la sensación de tener a mi lado a
la gente más valiosa del planeta. Es fácil caminar al lado de alguien al que la
vida le trata bien, pero es mucho más bonito descolgar el teléfono y saber que
hay alguien que te necesita mientras llora.
Aquí, a unos 2.300 km de toda esa gente a la quiero, no
puedo evitar sentir la impotencia de la ayuda a distancia. Las circunstancias
de la vida han hecho que muchos de los amigos que ahora tengo tan lejos estén
pasando por un momento difícil.
Me encantaría poder estar allí y poder decir todas esas
frases optimistas mientras me tomo con ellos una cerveza. Llevarles a comer
comida basura o sentarme en un parque a comer pipas ¿Qué mas da? Esto trata de
la amistad y de ese sentimiento tan fuerte que se siente a veces por ciertos
personajes. Ellos han soportado mis
charlas de fútbol, mis teorías sobre la vida y mi no callar.
Les he visto en sus peores momentos, pero recuerdo los
buenos. Hablo sólo de personas en las que puedes confiar y por las que partirías
más de una cara. Gente a la que seguramente hayas fallado en algún momento, a
las que supiste aconsejar en otros y con las que has gastado horas cuando,
posiblemente, no las tenías.
A todos ellos les metería en un avión y los encerraría en
esta habitación de tan pocos metros cuadrados. A todos ellos me gustaría
recordarles lo indispensables que son en mi vida y que pese a los problemas,
son gente tan valiosa que saldrán a flote.
¡Y qué cojones le echan! Siempre he admirado a los que saben
sobreponerse, a los que piden ayuda, a los que no la necesitan, a los que han
dormido conmigo en tiendas de campaña, en mi casa, en su casa, a los que me
invitaron a una copa, a los que le pagué la cerveza, a los que envían notas de
voz, a los que no saben utilizar las tecnologías, a los que pueden tomar el sol
durante horas, a los que bailan, a los que no, a los que han crecido conmigo, a
los que conozco desde hace poco pero son tanto, a los que aún me llaman “rata”,
a los que recuerdan a “Ra”, con los que jugaba al escondite, a los que saben
que puedo mantener una conversación sólo utilizando chica, gabete y te pasas, a
los que saben qué decirte en el momento exacto, a los que en vez de ayudarte te
cuentan su vida, a los que me dijeron “Gracias por todo y tanto”, a los que te
escriben para ponerte “Te quiero”. A TODOS, os quiero.
Y a ti, gracias por ese “Me visto y voy a tu casa”, nunca se
me olvidará amiga.
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