Es fácil escribir esto cuando tu equipo, el de toda la vida,
ha pasado de cumplir objetivos a ganar títulos. Cuando después de una sequía
que se veía venir, y de decepción tras decepción todo parece marchar un poquito
mejor, en cuanto a resultados se refiere. Pero esto no va de fútbol, o sí,
porque al final todas esas bufandas agitándose a la vez se reúnen en torno a
eso, 22 tíos y un balón.
Y parece estúpido, de hecho es posible que lo sea. Todos
esos que se quejan de que el español está más preocupado del partido del
domingo que del paro que asola este país. A ellos les digo que tienen razón,
que el fútbol nos tiene locos.
Sin dudarlo ni por un momento, puedo afirmar que esta
bendita locura que tantos odian consigue sacar lo mejor y lo peor de cada uno.
Capaz de modificar el humor y la conducta de cualquier aficionado, ese dichoso
deporte que consigue movilizar al más parado.
En cualquier barrio humilde de Madrid, de España, del mundo,
se escuchan a través de las finas paredes de un constructor que poco quiso
gastar y mucho quiso ganar, las celebraciones de los goles de los vecinos, los
zapatazos, los gritos o las malditas bocinas. Porque todos perdemos un poco los
papeles ¡Y qué bueno es eso!
Ganar o perder es una simple anécdota, sólo un dato más.
Pero cuando se encienden las gargantas...¡ay! Todo cambia. Una movilización tan
estúpida y tan fuerte que une como pocas cosas lo consiguen. Irremediablemente,
el payaso que llevas odiando toda tu vida, se convierte en amigo al enterarte
de la pasión compartida por unos mismos colores, o los veinte euros que tanto
te costaron ahorrar a los dieciséis años y que gastaste en ir a ver a tu
equipo, se convierten en la mejor inversión.
¡Ya ves tú que tontería!, un balón que resulta que entra
entre tres palos, un trofeo que quedará en las vitrinas y que además, por mucho
que se nos olvide, nunca nos dará una recompensa que no sea emocional.
Pero así estamos, entre tanta mala noticia y tan poca
esperanza tenemos esto, el sentimiento hacia aquello que pasa de padres a
hijos. La dependencia de algo que, por mucho que pase el tiempo, no se apagará
nunca.
Foto: lainformacion.com |