lunes, 6 de julio de 2015

Los colores, los únicos que permanecen.

¿Por qué somos del Atleti? Ni voy a responder a la pregunta dichosa, ni sabría hacerlo. Cada latido de ese estadio explica mejor que nadie lo que sentimos. Un equipo que ha sido ninguneado, arrastrado por el suelo, arrancado de su historia. Unos seguidores a los que nadie comprende.

Los equipos millonarios nos califican como segundones, los pequeños como adinerados sin suerte. Lo cierto es que nadie debería vivir de su historia, lo cierto es que no necesitamos hacerlo.

Hace unos años llego al Calderón un hombre al que todo rojiblanco miraba con una mezcla de admiración y desasosiego. Era uno de los nuestros pero ¿Qué iba a poder hacer con un equipo que rozaba los puestos de descenso? A estas alturas señores, no necesito contaros de milagros ni de sacrificio, ni de todo lo que Simeone consiguió cambiar en las mentes de los jugadores.

El “entrenador de mentes” lo llamaba la prensa inglesa, y yo, orgullosa de mi equipo, leía y leía como fuera de nuestro país se empezada a apreciar el esfuerzo. Pero esto va, aún, más allá.
Va de una afición que siempre defendió lo suyo, incluso cuando no existían los motivos. Los jugadores van y vienen, unos los llaman mercenarios otros prefieren recordarlos como los grandes jugadores que un día lucharon por la camiseta, pero aquí quedamos los mismos. Tú, tu abuelo y tu padre que te inculcó unos colores desde antes de que siquiera pudieses andar. 

Por esto, tú que viviste cada partido en segunda como si fuese la final de la Champions y la final de la Champions como si fuese el día de tu boda, eres el que importa. Porque al final los títulos nos gustan a todos, pero no me digas que aquel día en el que cumpliendo cien años todos paseamos bajo una bandera kilométrica no sentiste casi lo mismo. Si no fuese por el sentimiento, el fútbol no sería nada más que diez tíos corriendo tras una pelota, y ni para ti ni para mi es sólo eso.


Quiere a los jugadores, pero aprende a entenderlos, busca títulos, pero aprende a perderlos y quiere a tu equipo, aquel que te tiñó el corazón de dos colores imborrables, porque eso es lo único que permanece.

martes, 16 de junio de 2015

La guerra inventada

Hace unos días, dando un paseo de esos frecuentes que hacemos las personas de hoy en día por las redes sociales, me encontré con un hecho que me removió un poco más por dentro. No podría decir que me sorprendió, porque qué nos puede sorprender a estas alturas, pero si me removió.

Un tuitero maldecía la actitud de un conocido periodista que supuestamente había publicado un mensaje diciendo algo así como que la gente de clase baja no debería tener derecho a voto. Yo, que confío menos en las redes sociales que en la clase política, decidí investigar para confirmar lo que efectivamente sospechaba: El mensaje había sido publicado desde una cuenta que parodiaba al periodista. Mi ardua investigación me llevó, más o menos, unos quince segundos, tiempo que seguramente estuviese por debajo de lo que invirtió el tuitero en escribir sus 120 caracteres de “denuncia social”. Al contestarle fue tachada de fascista ¡Fascista yo! ¡Ay, si Mussolini levantara la cabeza!

En fin. Después de esta semana en la que seguimos empeñados en luchar unos con otros, defendiendo a los partidos que creemos que  nos defienden y fustigar sin mayor reflexión a los partidos contrarios, me gustaría reclamar un poco de cordura.

No seré yo la que diga que  entrometerse en política es algo malo, por el contrario me parece que de una vez por todas el país se mueve aunque sea en torbellino. Lo que yo detesto es el borreguismo, el no darse cuenta de que entre el blanco y el negro existe siempre el gris.

Esa cabeza política que todos creemos poseer, esa verdad absoluta de unos ideales que ondeamos con una bandera u otra, deben pasar por el filtro de la razón.

En un país en el que cada uno roba lo que puede, a mayor o menor escala, exprime lo que puede y sobrevive como le dejan, debemos esforzarnos en formar nuestras propias opiniones. Porque señores, lo crean o no, su opinión cuenta. Hagámosla válida con un poquito de criterio propio, porque dentro del redil de una ideología cerrada no hay sitio para opiniones individuales sino las que nos vienen ya dadas con antelación.

Y termino, sin parafrasear a ningún maestro de la retórica, sino a una mente brillante y anónima que dijo que “la política es el arte de obtener dinero de los ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los otros”.


Huyamos de esta guerra en la que creemos estar inmersos y en la que en realidad no somos más que marionetas de aquellos que cada noche se van a dormir sabiendo que sus bolsillos se llenan a medida que nuestras cabezas se vacían.