martes, 16 de junio de 2015

La guerra inventada

Hace unos días, dando un paseo de esos frecuentes que hacemos las personas de hoy en día por las redes sociales, me encontré con un hecho que me removió un poco más por dentro. No podría decir que me sorprendió, porque qué nos puede sorprender a estas alturas, pero si me removió.

Un tuitero maldecía la actitud de un conocido periodista que supuestamente había publicado un mensaje diciendo algo así como que la gente de clase baja no debería tener derecho a voto. Yo, que confío menos en las redes sociales que en la clase política, decidí investigar para confirmar lo que efectivamente sospechaba: El mensaje había sido publicado desde una cuenta que parodiaba al periodista. Mi ardua investigación me llevó, más o menos, unos quince segundos, tiempo que seguramente estuviese por debajo de lo que invirtió el tuitero en escribir sus 120 caracteres de “denuncia social”. Al contestarle fue tachada de fascista ¡Fascista yo! ¡Ay, si Mussolini levantara la cabeza!

En fin. Después de esta semana en la que seguimos empeñados en luchar unos con otros, defendiendo a los partidos que creemos que  nos defienden y fustigar sin mayor reflexión a los partidos contrarios, me gustaría reclamar un poco de cordura.

No seré yo la que diga que  entrometerse en política es algo malo, por el contrario me parece que de una vez por todas el país se mueve aunque sea en torbellino. Lo que yo detesto es el borreguismo, el no darse cuenta de que entre el blanco y el negro existe siempre el gris.

Esa cabeza política que todos creemos poseer, esa verdad absoluta de unos ideales que ondeamos con una bandera u otra, deben pasar por el filtro de la razón.

En un país en el que cada uno roba lo que puede, a mayor o menor escala, exprime lo que puede y sobrevive como le dejan, debemos esforzarnos en formar nuestras propias opiniones. Porque señores, lo crean o no, su opinión cuenta. Hagámosla válida con un poquito de criterio propio, porque dentro del redil de una ideología cerrada no hay sitio para opiniones individuales sino las que nos vienen ya dadas con antelación.

Y termino, sin parafrasear a ningún maestro de la retórica, sino a una mente brillante y anónima que dijo que “la política es el arte de obtener dinero de los ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los otros”.


Huyamos de esta guerra en la que creemos estar inmersos y en la que en realidad no somos más que marionetas de aquellos que cada noche se van a dormir sabiendo que sus bolsillos se llenan a medida que nuestras cabezas se vacían.

1 comentario:

  1. Siempre he pensado que en un país con una historia como la de España, buscar los grises perjudica a la izquierda, que por otra parte es la que se ha empeñado en instalarse en ese término medio extraño y antinatural que llaman "centro" y que sólo sirve para perpetuar el sistema capitalista que se nutre del mayor robo jamás permitido (¡y defendido!) en toda la historia: la plusvalía que genera la fuerza laboral de un obrero.
    Por otra parte, opino (como si mi opinión le importase a alguien) que, efectivamente, somos marionetas en una guerra entre partidos. Precisamente por eso lleva siglos el movimiento anarquista reclamando que la clase obrera se organice y autogestione al margen de los partidos. Y cuando eso iba a empezar a construirse, cuando avanzábamos con paso firme, el 15M abandonó Sol y años más tarde surgió Podemos. Y algunos caímos en la trampa. Y volvimos a una trinchera absurda en la que defendemos a un partido como a nuestro equipo de fútbol.
    Tú hablas de que nuestra opinión cuenta, pero el único sistema que hasta ahora se ha preocupado de escuchar todas las opiniones es el asamblearismo. Precisamente por eso es el más complicado de sabotear.
    Pero qué voy a saber yo, que he tenido que aguantar que ultraderechistas se hayan dado el lujo de llamarme fascista a mí.
    No libramos una guerra baladí, está mucho en juego. Y los de izquierdas vamos perdiendo. Por eso no creo en los tonos grises.

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